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Frankenstein o el fluir de las emociones

Fotos: Juan Rodrigo Becerra Acosta

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Mary Shelley era una mujer fascinante, adelantada a su época y muy inteligente, sin embargo vivió siempre a la sombra de su compañero el poeta Percy Shelley y su profundo amor por él, le llevó a tolerar abandono, engaños, pobreza y discriminación, dada la situación de su relación, pues Shelley estaba casado.

Para Rodrigo González, director de La Infinita Compañía, estas condiciones podrían estar reflejadas en su obra capital Frankenstein o el moderno Prometeo, pieza de la cual el creador hizo una reinterpretación que desde el pasado 23 de septiembre su compañía presenta en la Capilla Gótica del Centro Cultural Helénico.

El bailarín, coreógrafo y productor nos habla de su propuesta escénica que ante todo busca abordar este gran texto no solo desde la forma sino desde el fondo.

¿Cómo es el Frankenstein de Rodrigo González?

Frankenstein es un personaje muy interesante, es una especie de antihéroe; aunque es una novela de terror, para mí el personaje realmente terrorífico de la novela es el ser humano, porque este ente es creado sin ninguna voluntad propia, no es que fuera un ser humano al que están salvando, o que él pidiera ser creado sino que nos lo inventa el doctor Víctor Frankenstein. Es una criatura que no tiene ni nombre, un ser noble pero sin filtro alguno, sin ninguna educación ni emocional, ni de ningún tipo. Él trata de empatizar con el ser humano, que al verlo tan espantoso solo le causa repudio, odio, violencia, discriminación y es lo que él regresa con creces y con una gran fuerza tanto energética como física.

Si hubiera sido otro el escenario y hubiera recibido amor, bondad, comprensión, cariño, eso es lo que él hubiera regresado al ser humano. De hecho lo intenta ocultamente cuando ayuda a una familia pero cuando lo ven físicamente pues se horrorizan de su aspecto. Entonces para mí este personaje es muy autobiográfico de Mary Shelley que vivió todas estas situaciones a la sombra de su marido; que vivió esa soledad y ese abandono, ese rechazo y ese repudio social, aunque de otra manera y creo que lo refleja en este personaje.

 Entonces abordo al personaje desde la danza contemporánea, quise hacer mi investigación de movimientos desde un tenor más interno, más que de la forma exterior, busqué que realmente saliera de impulsos desde las entrañas de cada uno de los intérpretes. Para ello estuvimos en un taller de danza butoh con Espartaco Martínez, que es fantástico, para que hicieran ejercicios muy interesantes para buscar esas emociones, para justo ahondar en esto y abordar este gran texto no solo desde la forma sino desde el fondo; no desde la mirada del terror o el susto sino desde el horror humano que podemos encontrarnos todos los días y de esa soberbia enaltecida del ser humano, que creemos poder controlar y ser dueños de la naturaleza y ponerla a nuestros pies; pero luego vemos como ella nos recuerda que es al revés: que nosotros estamos a expensas de las leyes naturales que se vienen en nuestra contra cuando alteramos su normal funcionamiento.

¿Cuál fue el principal reto de llevar Frankenstein al lenguaje de la danza?

En lo personal fue el tiempo porque es una novela que dice tantas cosas, que tiene tantos momentos, que si los explorara a su máximo potencial, como a mí me gustaría, pues duraría como 3 días la obra. El reto fue cómo decir todo esto, toda esta información en una escena de 3 minutos. Había que sintetizarlo sin perder la esencia de lo que se quiere transmitir, la emoción que se quiere transmitir en este pasaje. Entonces nos íbamos a la fracción del momento y las emociones, para transmitir lo que en ese capítulo o ese pasaje estaba sucediendo en el entorno. Es muy difícil sintetizar tantas emociones o información y llevarlas a ese punto de comunicación con el espectador. Eso fue como lo más complicado y lo más rico. Lo bueno fue que los intérpretes que tenemos son fantástico, muy creativos y entregados; además del entorno que tenemos de la Capilla Gótica que es preciosa. Ya desde que entras estás en esa atmósfera que te traslada porque se trata de un espacio donde estamos muy cerca del público, se ven todos los detalles.

Por otro lado es una danza al desnudo, porque si bien no tenemos todos los trucos que puede tener un teatro con la distancia y las luces, y truquear muchas cosas como es la magia del teatro, acá no hay eso porque el público está dentro de la escena, dentro de la capilla donde nosotros bailamos, y las luces juegan con las atmósferas pero de ninguna manera como podría suceder en una sala convencional. Así nos deja más al desnudo en ese sentido, pero no me preocupa eso sino que me parece muy rico porque entonces ves detalles que normalmente el público en un teatro no puede ver: se escucha hasta la respiración, se ven detalles faciales muy detallados. Es estar dentro de la escena siendo un voyerista, observando muy cercanamente lo que está sucediendo.

En un gran sentido es una obra más inmersiva porque estamos dentro de una capilla gótica, rodeados de cuadros de Murillo, de Bellini, de gobelinos; rodeados de candiles y unas sillas preciosas y eso traslada a la historia y la hace una experiencia más entrañable, acompañada de algunos aromas que tienen que ver con la trama. Nos divertimos realmente en el montaje y en el proceso, estamos realmente muy contentos.

 ¿Cómo se preparan los bailarines?

Con muchas sesiones específicas y talleres desde el movimiento butoh, pero sin hacer danza butoh; con ejercicios actorales que nos llevan a sacar esa parte interpretativa, que en la danza va más allá de lo formal, de hacer bien una figura, de hacer bien un paso o un salto, es sacarlo desde dentro, lo hacemos bien pero no es lo más importante. Lo importante es la emoción con que se mueve el cuerpo y que esa emoción transmita al público.

Además, en el escenario no hay una cuarta pared, puedes ver físicamente al espectador y transmitir lo que te está sucediendo en ese momento. Con ese tipo de ejercicios fuimos abordando y bordando la filigrana de las emociones y los sucesos que van sucediendo en los personajes; además que el abanico actoral interpretativo es muy amplio porque las situaciones son dramáticamente cambiantes: se va del amor al desamor, a la soberbia, al abandono, a la soledad, a la locura, a la complicidad, al desapego, a la impotencia. Hay un torbellino de emociones.

Hablo de desapego porque el personaje termina finalmente inmolándose en una pira de fuego en el polo norte, en el último confín del mundo para ya no hacerle daño a nadie. Hay una nobleza en ese personaje, es entrañable; cuando pide que le hagan una compañera a quien amar y no le es concedido, su ira se ve exacerbada. Y todas esas emociones es hermoso ver como las van ligando cada uno de los bailarines y las van integrando a la escena y compartiendo con el público. Así terminas queriendo mucho al monstruo.

¿Le apuestas al fluir de las emociones más que a otros elementos en el escenario como por ejemplo el vestuario o el maquillaje?

Hicimos varias pruebas pero nos dimos cuenta que el vestuario elimina la posibilidad de que se vea la danza, la efusividad de los cuerpos, las calidades de lo que el cuerpo expresa, así que me empezó a estorbar el vestuario de época, y lo fuimos reduciendo hasta que finalmente nos quedamos solo con unas gabardinas muy inglesas. Y la caracterización de la criatura es muy sobria, no es el monstruo típico de la película de 1932, sino solo se sugieren algunos rasgos: el color de su piel, algunas heridas que nos recuerdan que es un hombre intervenido y cosido múltiples veces. No quisimos irnos a un disfraz, y si a una cosa más abstracta; el gran elemento de ruptura es el vestido de la novia, que si es muy espectacular, con una cauda larguísima, que por cierto llevó a ensayos interminables para no morir con ese vestido enorme, porque la intérprete tiene que moverse mucho y en situaciones físicas de mucho riesgo. Eso si es muy bonito. Porque hay momentos muy arriesgados físicamente para los bailarines, que nos llevaron muchos ensayos para evitar accidentes en escena. Por ejemplo uno de ellos es cuando el piso de vuelve muy acuoso y tienen que seguir bailando muy fuertemente y cuando caen deben saber hacerlo para no lesionarse. Y sí hay caídas muy fuertes, muy comprometidas; también hay algunos avances que son con equilibrios muy complicados, o una plancha en diagonal con una inclinación importante donde cuesta mucho agarrar equilibrio, o caen objetos; por lo que deben estar bien coordinados donde está el objeto que va a caer mientras bailan. Por eso todo está muy bien ensayado para que todo suceda con ese vértigo de la danza. Para el público no hay peligro, así que pueden venir con toda tranquilidad.

¿Este riesgo era algo que buscabas?

Si claro, me parecía que es parte de la apuesta escénica y que tiene que ver con el discurso del texto primigenio de Frankenstein y todo el riesgo que enfrenta constantemente. Esa es la apuesta de la reinterpretación de este maravilloso texto fantástico y de terror que sigue siendo muy actual.

Háblanos de esa actualidad en esta época de pandemia…

Sí, de un abandono horrible que hemos vivido y te sientes identificado en muchos sentidos. Cobra actualidad y vigencia de cómo puede uno vivir esa catástrofe, es un personaje tremendo. La interpretación me gusta mucho, el resultado, cómo se deja llevar por la ira y luego se arrepiente y luego no mide sus fuerzas y va y regresa. Cómo nos pasa mucho eso en la vida cotidiana, ¿no? No medimos nuestras palabras, nuestras acciones. Herimos avasalladoramente y luego nos cae el veinte y nos arrepentimos, pero luego ya es muy tarde, en fin. Todos llevamos un Frankenstein dentro, el verdadero personaje de horror es el ser humano, no la criatura creada por el doctor. Según mi entender. Y ahí queda la gran incógnita de cómo romper estos círculos viciosos de odio y de violencia.

¿Qué buscas dejarle al público al salir de la sala?

Una sensación agradable a pesar de que sea terrorífica la puesta en escena. Es lo que me gusta, se me da, es mi manera natural de expresarme. Es como la poética escénica, que a pesar de tocar temas duros y decir cosas fuertes me gusta decirlas con mucha belleza, con mucha poesía, las imágenes por un lado te dan escalofríos pero al mismo tiempo te reconfortan. Quiero que el público se lleve esa sensación de belleza. Los intérpretes son muy bellos, con unos cuerpos muy trabajados, la belleza de sus movimientos, de dibujar en el aire, con los trazos de la danza es como plasmar unos lienzos, y la música que también es muy hermosa. Y en esa capilla que puede ser muy tétrica pero es hermosísima. Creo que se llevan al final algo reconfortante y esa reflexión de cómo podemos ser tan monstruosos a veces sin darnos cuenta y cómo romper con esos círculos de esa violencia que hemos generado consciente o inconscientemente. Cómo darle la vuelta de tuerca. Y que todo esos elementos que se conjugan en esta puesta en escena pues que sea un provocación.

Es una buena propuesta para que el público se acerque a esta disciplina de la danza contemporánea que algunas veces puede ser difícil de entender- aquí porque hay un guion- que no siempre hay – y se vaya sensibilizando con sus códigos y las maneras que utilizamos para comunicarnos y poder establecer vínculos más estrechos para cuando hablamos de maneras más abstractas.

Con la participación de Yokoyani Arreola, Ángel Garnica, Hugo Thompson y Natali González, Frankenstein se presenta del 23 de septiembre al 24 de octubre; jueves y viernes a las 20:00 horas, sábados y domingos a las 19:00 horas en la Capilla Gótica del Instituto Cultural Helénico, ubicado en avenida Revolución 1500, Guadalupe Inn. Los boletos ya se encuentran a la venta en taquilla y a través de Ticketmaster.

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