Me atrevería a decir que no hay bailarín de ballet que no haya participado alguna vez en El Cascanueces, la mayoría lo hemos hecho desde muy pequeños pues es una obra en la que, desde la fecha de su estreno en 1892, se involucra a estudiantes de escuelas de danza para quienes participar en la producción de una compañía junto a bailarines profesionales es una experiencia que se traduce en aprendizaje, motivación y crecimiento.
Al formar parte de una compañía profesional de ballet, esta obra se vuelve parte del repertorio anual y, aunque los bailarines casi siempre llegamos a la temporada de fin de año llevando a cuestas el cansancio físico y muchas veces lesiones, este ballet tiene la magia de refrescarnos en todos sentidos, la ilusión de empezar con las funciones es siempre alentadora porque con ella aparecen muchas cosas bonitas: la atmósfera navideña, la víspera de las vacaciones, el ánimo festivo y una historia que a casi todos nos conecta con nuestra infancia.
El Cascanueces es una obra de la cual se hacen continuamente nuevas versiones pero normalmente es una producción que las compañías de ballet dominan y los preparativos para la puesta en escena consisten en recordar la coreografía, organizar los diferentes elencos y acordar los tiempos musicales con la orquesta.
Durante el mes de diciembre, la música de esta obra navideña inunda los salones; en uno podemos oír los fagots y las flautas de la danza china, en otro las cuerdas y los panderos de la variación del caballero de azúcar, en el más grande la batalla entre soldados y ratones, bélica y marcial. Estos espacios también se llenan de utilería teatral: espadas, muñecas, regalos y caballitos de madera.
Bailarinas entramos y salimos de los salones y vestidores cargando tutús, chamarras y calentadores. El entusiasmo no es necesariamente constante, hay días que se cuentan en el calendario los días que faltan para salir de vacaciones y es que ensayar la escena de los copos o el vals de las flores no es cosa sencilla, son danzas demandantes físicamente que a veces hay que repetir más de una vez al día pero finalmente después de este proceso que en nuestro caso dura de tres a cuatro semanas, llegamos al teatro.
Para la Compañía Nacional de Danza de México, el Auditorio Nacional es el escenario donde se presenta anualmente El Cascanueces. El primer día de ensayo es siempre emocionante pero especialmente este 2022, después de dos años de no presentarnos con este tradicional ballet navideño por la pandemia, el regreso fue aún más emotivo.
La entrada por la puerta lateral para bailarines, músicos y staff desemboca a un costado del foro donde se alcanza a ver sobre el escenario tranquilo la escenografía, ya colocada, de la primera escena. Los camerinos del Auditorio hospedan cálidamente a los diversos personajes: flautas, copos, españoles y árabes comparten ese íntimo espacio donde suceden siempre las mejores conversaciones, las risas, los desahogos, los planes vacacionales; es el lugar donde los bailarines compartimos alegrías, frustraciones y nos quejamos de dolores físicos, donde combinamos los temas dancísticos con aquellos más profundos de la vida.
Saliendo de los camerinos, las bambalinas del escenario son para mí el puente que conecta el mundo real con el de la magia pura, un estrecho camino que desemboca en el enorme espacio lleno de reflectores y en donde se recibe la impactante energía del público.
De un lado de ese puente los bailarines solemos brincotear envueltos en chamarras para permanecer con el cuerpo caliente antes de salir a bailar y las bailarinas nos ponemos brea en las zapatillas de puntas constantemente. En esa área habitan bailarines callados, alegres, nerviosos, ensimismados o eufóricos, a veces también tristes o enojados. Todos hemos estos alguna vez y a nuestro modo hacemos lo necesario para cruzar ese camino hacia el foro sintiéndonos lo más confiados posible.
Una vez atravesado ese umbral ya no hay vuelta atrás: hay que bailar, sonreír, dar piruetas, grandes saltos, seguir las filas, no equivocarnos, mantener la concentración, sostener un personaje. Aunque la experiencia pueda ser absolutamente extasiante y otras veces también ingrata, incluso algunas cotidiana y monótona, bailar en un escenario siempre será una aventura efímera, única e irrepetible. De regreso a las bambalinas siempre suspiramos con alivio, una de las sensaciones, creo yo, más bonitas de la vida.
Sentado en las butacas del teatro, el público puede entretenerse viendo y oyendo afinar a los músicos, curioseando en el programa de mano y percibiendo de un momento otro el enorme silencio que anuncia la entrada del director de orquesta y el inicio de la obertura.
El telón se abre y empieza la historia, durante la primera escena de la fiesta los juguetes que cobran vida y el momento en el que se enciende el árbol de navidad siempre generan un entusiasmo evidente. Después vendrá la escena de la batalla entre soldados y ratones, quizá la parte más onírica del ballet y donde el mundo real se desvanece, el árbol y el sillón crecen inmensos y la gente se pregunta si Clara, la protagonista de esta historia, estará soñando. El primer acto termina con un público entusiasmado que aplaude a la reina de las nieves y su caballero acompañados por los alegres y vertiginosos copos interpretados por el cuerpo de baile y sus solistas. El telón se cierra haciendo así desaparecer la nieve.
En el segundo acto el cascanueces nos lleva junto a Clara a otro mundo mágico: el del azúcar, donde su reina la da la bienvenida a todos los diversos personajes danzarines y saborizados: el chocolate, el café, los bombones, los mazapanes. El vals de las flores, probablemente una de las escenas más conocidas de este ballet conforman, junto al famoso dueto del Hada de Azúcar, el final de la historia.
Al término de la función los bailarines volvemos a los camerinos, los músicos salen del foso de la orquesta y el público camina hacia las puertas del teatro. Y entonces, cuando pienso en la esencia de esta obra, aquello que nos conecta a todos los que la interpretamos y disfrutamos como audiencia, pienso en Tchaikovski que, con su genialidad y creatividad, nos transporta a través de sus intérpretes por diversos ritmos y melodías con escenas por momentos misteriosas y conmovedoras, siempre grandiosas. Por medio de la orquesta, esta compleja y deliciosa música reafirma su incomparable grandeza y la de su compositor y nos hace disfrutar a todos, al unísono, de una de los historias con más tradición del mundo del ballet.