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El cuerpo en que nací, una valiosa obra sobre la madurez y la aceptación

Fotos: Juan Rodrigo Becerra Acosta

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En medio de un mar de más de 100 zapatos, dos mujeres intentan hacerse paso para avanzar; quizá una analogía de los obstáculos que enfrentará la protagonista: Lu, una niña, y Guadalupe, ella misma como adulta, pues la historia se cuenta con ambas perspectivas en esta adaptación libre de la novela de Guadalupe Nettel, realizada por Bárbara Perrín.

Lu es interpretada por María Perroni, quien está vestida con una blusa roja y un overol abombado; a la par, Guadalupe es el personaje alternado por Paulina Treviño y Tamara Vallarta, quienes aparecen con una t-shirt azul y un pantalón holgado rojo. Ambas actrices no llevan zapatos ni calcetines, pues a lo largo del montaje se van probando diferentes zapatos, quizá otro recordatorio de las diferentes elecciones que hacemos mientras crecemos; algunas nos sientan bien, mientras que otras aprietan y deben ajustarse…

Una de las características que ha marcado a Lu es una especie de lunar, una mancha en el ojo que le nubla la visión y que resulta su primer entendimiento de que el cuerpo ‘es como una prisión de la que no se puede escapar’.

Por este desperfecto de su ojo, ella empieza a ser molestada en la escuela, por lo que empieza a encorvarse como una cucaracha, de ahí su apodo: ‘cucarachita’.

“Saca el cuerpo, cucarachita; saca el pecho, cucarachita”, le dicen constantemente, lo que la hace sentir incómoda, y ajena a su cuerpo.

Dirigida por Benjamín Cann, la actuación de María resulta honesta y auténtica, transita entre la inocencia y las constantes preguntas que se hace una niña de 8, y conforme crece, entre las inquietudes y hormonas que rondan a una adolescente de 13.

Su cuerpo resulta un reto incluso para jugar fútbol, pues cuando empieza a desarrollarse, le va costando más poder atrapar la pelota con el pecho. Luego de que su mamá se deprime por un amor tomentoso con hombre casado, ella y su hermano se van a vivir con la abuela, quien no la deja jugar fútbol porque no es ‘de señoritas’. Aun así, ella lo hace a escondidas y con zapatos de charol.

La propuesta de iluminación y escenografía de Matías Gorlero resulta original, llamativa y realmente contribuye a la acción dramática; por un lado hay más de 15 lámparas de diferentes tipos, tamaños y colores en el suelo, además de otras 12 sobre el techo, lo que podría representar la diversidad de cuerpos; que, como las lámparas, también vienen en distintas formas. Continuamente las actrices juegan con las luces para prenderlas y apagarlas, para marcar transiciones, o cambios de perspectiva.

Como en un buen coming-of-age (género cinematográfico y literario que retrata la maduración de un personaje) con el paso de los años Lu va experimentando más cambios y nuevas sensaciones, como el divertido placer que le provoca deslizarse por la escalera, o el empeño que pone en seguir los consejos de una revista que aconseja practicar a besar con una naranja.

“No haber dado beso a los 13 significa que estás o muy fea, o muy pendeja”, dice Lu. Así que más vale practicar.

El placer, le explican, es parecido a la sensación de comer chocolate; a partir de ese momento, cada que vea un acto sensual, ella y sus amigos lo definen como que la pareja está ‘comiendo chocolate’.

Lu también experimenta su dosis de corazones rotos; pero los niños, se nos recuerda, sanan más rápido que los adultos; de las caídas, de la varicela y del alma.

El recorrido de Lu la lleva también hacia otros horizontes, como Francia; y hacia nuevas sensaciones, como el miedo que experimenta tras ver en las noticias la devastación de la Ciudad de México en 1985 por el terremoto, momento en que su padre estaba en el reclusorio.

Lu y su hermano regresan a México, tiempo en que su madre le cuenta que ha ahorrado durante mucho tiempo para poderla operar del ojo. Ella se rehúsa, ha pasado muchos años construyendo su identidad como para tener que empezar de nuevo.

Esta es otra de las certezas más valiosas de Lu: el entender, y querer, el cuerpo en que nació. Como la mayoría de las personas, tiene su buena dosis de imperfecciones, de cicatrices voluntarias e involuntarias, pero es el único que tiene. Ahí radica el principal valor de la obra, en acompañar a la protagonista en este viaje de entendimiento, maduración, y ultimadamente, de aceptación.

Foro Shakespeare (Zamora 7, Colonia Condesa, 06140). Viernes 20:30 horas, sábado 19:00 horas y domingo 18:00 horas.

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