Su vientre es fértil, “tienes unas hermosas trompas de Falopio…”. Elena es una oficinista que vive atrapada en la cotidianidad, no tiene tiempo de pensar en otra cosa que no sea el trabajo. Su jefe, su médico y la sociedad le cuestionan su falta de interés por la maternidad. Concebir es lo que menos anhela, su mamá la tuvo, pero no la quiso. Su decisión es no procrear, rechaza el instinto inherente de ser madre.
En la mitología mexica la Coatlicue es una diosa de la fertilidad, madre de cuatrocientos hijos, su atavío representa la vida y la muerte. Vivía en el cerro Coatepec donde hacía penitencia, un día mientras barría cayó del cielo sobre su seno un hermoso plumaje, cuando terminó su tarea buscó la pluma que había guardado, no la encontró, en ese momento quedó embarazada.
Elena igual que la diosa mexica la embaraza una pluma que aparece de pronto; Elena no dará a luz al dios Huitzilopochtli, en su vientre se gesta el desamor que su madre sintió por ella. Su deseo es inquebrantable, no será mamá. El mito y la realidad se adhieren en un espectáculo poético y visual lleno de simbolismos. Elena y Coatlicue habitan el mismo espacio, y desde allí el imaginario colectivo.
Itzel Lara escribe la dramaturgia a partir del mito mexica y lo abraza con una mujer que habita aquí en nuestra ciudad y nuestros días. Lara escribe la ficción con la mirada en una mujer real. El conflicto radica en la maternidad negada; la autora logra que Elena se identifique con mujeres que piensan y sienten como ella. El texto lo erige con cincuenta de realidad y cincuenta de fantasía, el equilibrio es su mejor atributo.
La dirección de Hugo Arrevillaga es sensible, con sapiencia conjunta apropiadamente los elementos que componen la puesta en escena; bajo su mirada todo se mueve con precisión. La mayor virtud de Arrevillaga es trabajar las emociones y sensibilidades del actor o actriz, se adentra en su interior y desde allí provoca lo que el espectador percibe del trabajo de los actores. A partir esta perspectiva cuida tono y ritmo de la obra.
Las actuaciones son de Judith Inda (Elena), Miguel Ángel López (William, Joel y Doctor), Santiago Valdés (Niño en pesadilla) y Natalia Pérez (Violonchelo en vivo). La música de Natalia llena el escenario, extrae de su instrumento notas que se adentran en el público, lo subvierte y provoca. Judith y Miguel Ángel están en sintonía, se cuidan, tienen ritmo, abrazan la historia, están geniales; Santiago se integra con su alucinada presencia.
Fruto en la sequía es la metáfora, obtener, lograr cosechar en la aridez, en la sequedad. Durante una sequía nada florece, todo se seca y marchita; un fruto en estas condiciones sería un milagro, Elena no dará a luz, la pluma la hará mutar en un ave que emancipa su pensamiento, su vuelo será librepensador. La magia sucede dentro de un universo poético y estético que nos llena los sentidos.
Fruto en la sequía es la primera puesta en escena del ciclo El Teatro de Arte Mexicano, conformado con cuatro piezas, las otras son Aleteo de David Gaitán; La conversión del Diablo, de Carlos Pascual; y Xtab, de Conchi León. El ciclo reúne esfuerzos de la Compañía Nacional de Teatro y la Escuela Nacional de Arte Teatral.
Las funciones son en el Teatro de las Artes del Centro Nacional de las Artes de miércoles a viernes a las 20:00 horas, sábados a las 19:00 y domingos a las 18:00 horas, hasta el 2 de abril.
